Todos los días son nuestros de Catalina Aguilar Mastretta

Título: Todos los días son nuestros
Autora: Catalina Aguilar Mastretta
Destino, 2017
304 páginas.

Precio: 18,9 euros

Ebook: 9,49 €






Nunca escribo una reseña cuando acabo un libro; siempre dejo que repose, mínimo, un día. Normalmente una semana. Y eso cuando no tomo notas y termino la reseña semanas después. Pero esta vez necesitaba hablar de Todos los días son nuestros en cuanto lo acabé, de cuánto me había sacudido y removido.

Argumento (contraportada)

María y Emiliano parecían una pareja indestructible, de esas que se conocen en el instituto, nunca pierden la pasión y terminan siendo dos adorables ancianos cogidos de la mano. Por eso, cuando llegan a la treintena y una noche, al volver de la fiesta de unos amigos, María empieza una discusión, nadie hubiese imaginado que la pelea terminaría con Emiliano haciendo las maletas y volviendo a casa de sus padres.

María, con una mirada siempre irónica y una capacidad envidiable de reírse de sí misma, nos cuenta atónita su ruptura y sus esfuerzos por recomponerse como puede de este inesperado bache.

Mi opinión

Qué decir del libro. Está lleno de post-it marcando las frases que me han gustado, que me han dicho algo a mí, porque la autora, Catalina Aguilar Mastretta (nombre para recordar) no estaba simplemente contando una historia, no; me la estaba contando a mí. Y seguro que no soy la única que ha tenido esa sensación.

He reído y he llorado. Me he emocionado. Por un momento, he dejado de ser yo para ser otra persona.

Mi padre: ¿De qué te ríes?

Yo: Nada, de una cosa del libro.

10, 30, 45 minutos después (quién sabe, a veces, el tiempo vuela y deja de ser algo que se mida o importe).

Mi padre: Adiós, me voy. Y ahora, ¿de qué te ríes?

Yo: No, en realidad estaba llorando, pero he sonreído para disimular las lágrimas y despedirme.

Media hora, o una hora después.

Mi madre: ¿Qué te pasa?

Yo: Nada, que he estado llorando por el libro. Es muy triste, muy bonito, tienes que leértelo.

Mi madre: Ah, me habías asustado, te veía con los ojos llorosos. Vale, déjamelo luego, que ahora voy a leer el de Víctor del Árbol. ¿Te lo puedo coger?

Yo: Sí, sí, cógelo, que ahora no puedo leer otro libro triste. Pero después tienes que leerte este.

Yo (pensando): uhmm, el libro era de mi padre. Pero… Ahora no puede ser más que mío. En la mudanza me lo llevaré como si tal cosa.

Ese sería mi resumen de la novela. Quiero aclarar que el libro no es todo el rato triste. Pero tiene una parte… tiene una parte que me ha llegado al alma.

Todos los días son nuestros comienza cuando alguien le pregunta a María si conoce a Emiliano.

“¿Conozco a Emiliano? No sé si lo conozco. Está más lejos que alguien a quien nunca he visto, pero lo traigo cargando y me provoca un temblor. Un temblor de esos familiares y terribles. Qué pregunta, ¿conoces a Emiliano? Al que dejó de contestarme al teléfono y escribe poesía urbana en su Twitter, no, a ése no lo conozco. Al que va por toda la colonia Condesa de la mano de la rubita que sale en su película, a ése tampoco lo conozco. Pero sí lo conozco, como si nunca se hubiera ido, porque me quiso tanto y fuimos tan del otro como ahora somos del espacio en el que nos olvidamos”.

Es la historia de un amor y un desamor, de la vida sin la persona que creías que estaría siempre contigo y ya no lo está, y tu búsqueda por encontrarte a ti misma sin definirte por lo que eras con la otra persona sino por lo que eres tú por ti misma. Y, sobre todo, Todos los días son nuestros trata de la vida, cómo nos relacionamos, cómo nos equivocamos sabiendo que estamos equivocándonos, la importancia de la amistad inquebrantable y la familia, esa que siempre siempre estará para apoyarte.

Es una historia corriente, pero contada de una manera tan cercana, dándole tanta importancia a lo cotidiano (que al fin y al cabo es lo que realmente conforma nuestras vidas) y dotando de tal proximidad a sus pensamientos y sentimientos, que acabas rendida ante María, quien termina convirtiéndose en tu amiga, abriéndote su corazón y mostrando los recovecos que siempre ocultamos a los demás.

Y así transcurre el libro, entre recuerdos, rutinas, sesiones de cine, búsquedas (qué fue La Cosa Terrible que pasó para romper, quién soy yo si tú ya no estás), situaciones cómicas plagadas de ironía y humor, alguna lagrimita de pena, ternura, risas… hasta que llegas al capítulo de El Dolor. Y te duele. Algo se desgarra en tu interior. Y sufres. Y lloras. Y ya no hay vuelta atrás: Todos los días son nuestros se acaba de convertir en uno de esos libros que dejan huella en ti y de los que ya no podrás desprenderte. Se lleva 5 estrellas como 5 soles, cada una de ellas merecidísima.

Podría seguir hablando y hablando del libro. Hay tantas cosas que comentar… Pero prefiero que las descubras por ti mismo, sin desvelarte nada más. Disfruta de su lectura. Sufre con ella. Yo voy a buscar a quienes ya lo han leído para seguir hablando.

PD. Si os habéis quedado con ganas de saber más de la novela, aquí tenéis la reseña de Manuela, que fue quien me recomendó encarecidamente (y con gran acierto) su lectura.