¡Hola! Último domingo de noviembre, y os traigo un nuevo relato. Muchas gracias por leerme. ¡Que tengáis una buena semana!
EL LÁPIZ
Recuerdo la primera vez que cogí un lápiz
y comencé a escribir, aunque no fuera esa la intención con que lo empuñé. Era
un día caluroso, de los que invitaban a quedarte en casa frente al ventilador,
porque salir a la calle implicaba derretirte y que el pegajoso calor se te
adhiriese a la piel. Pero había quedado con mis amigas de aquel entonces. Así
que hice un esfuerzo sobrehumano, me levanté del sofá y salí de casa. Cuando
estaba llegando al parque, nuestro punto de encuentro, vi que María y Paula ya
estaban allí. Alcancé a oír su conversación.
—A ver si llega ya Lucía, hemos quedado con los chicos en el cine y llegamos tarde. No sé para qué la hemos invitado.
—Ya, nos va a cortar el rollo. Es demasiado callada.
—Es que es una aburrida, no habla porque no tiene nada que decir. Más sosa y no nace —dijo María riéndose.
—¡Chist, calla! Que por ahí viene.
—¡Hola, Lucía! Vienes sofocada. Hace calor, eh.
—Sí, mucho —respondí. Sentía la cara arder, pero no por el calor. Era otro el bochorno que me inundaba y que mi cuerpo no sabía cómo expulsar.
—Vamos, que llegamos tarde.
No recuerdo ni qué película vimos. Sentada
en mi butaca, rumiaba las palabras de mis supuestas amigas: callada, aburrida,
sosa. Se me aparecían una y otra vez, como latigazos, doliéndome cada vez más.
—¿Te está gustando la película? —me susurró el chico que estaba sentado a mi lado.
—Sí, mucho.
—No sabía que te gustaba pasar miedo viendo una peli. No dejas de apretar los brazos de la butaca.
Bajé mi mirada y vi que, efectivamente, estaba apretando los reposabrazos con saña, como si conteniendo mi rabia contra algo físico fuera a dolerme menos. Una suerte que no fuera una película romántica la elegida.
—Sí. Bueno, no. En verdad no estoy haciendo mucho caso a la película —le confesé.
—Mejor, porque es muy mala —me sonrió—. Otro día te llevo a ver una que merezca la pena.
Y, por un momento, dejé de sentir pena por mí misma.
—A ver si llega ya Lucía, hemos quedado con los chicos en el cine y llegamos tarde. No sé para qué la hemos invitado.
—Ya, nos va a cortar el rollo. Es demasiado callada.
—Es que es una aburrida, no habla porque no tiene nada que decir. Más sosa y no nace —dijo María riéndose.
—¡Chist, calla! Que por ahí viene.
—¡Hola, Lucía! Vienes sofocada. Hace calor, eh.
—Sí, mucho —respondí. Sentía la cara arder, pero no por el calor. Era otro el bochorno que me inundaba y que mi cuerpo no sabía cómo expulsar.
—Vamos, que llegamos tarde.
—¿Te está gustando la película? —me susurró el chico que estaba sentado a mi lado.
—Sí, mucho.
—No sabía que te gustaba pasar miedo viendo una peli. No dejas de apretar los brazos de la butaca.
Bajé mi mirada y vi que, efectivamente, estaba apretando los reposabrazos con saña, como si conteniendo mi rabia contra algo físico fuera a dolerme menos. Una suerte que no fuera una película romántica la elegida.
—Sí. Bueno, no. En verdad no estoy haciendo mucho caso a la película —le confesé.
—Mejor, porque es muy mala —me sonrió—. Otro día te llevo a ver una que merezca la pena.
Y, por un momento, dejé de sentir pena por mí misma.
Llegué a casa con un amasijo de sentimientos en mi interior: rabia, tristeza, odio, dolor. Odiaba a mis amigas con todas mis fuerzas, pero me odiaba más aún a mí misma.
«Que no hablo porque no tengo nada que decir. Seréis imbéciles. Vosotras sí que no tenéis nada que decir, y no dejáis de cotorrear, hablando y hablando sin parar, sin decir nada realmente. Tengo un torrente de palabras en mi interior pugnando por salir, pero nunca encuentran el momento. Y cuando me atrevo, por fin, a decir algo, no me escucháis o me interrumpís. Así, ¿por qué se van a animar mis palabras a salir al exterior, si dentro están protegidas, a salvo?».
Llevaba toda la tarde conteniéndome, pero mi rabia quería, necesitaba salir de mi interior y manifestarse. Destrocé mi habitación, tirando todo al suelo, rasgando los pósteres de mi pared. Un solitario lápiz quedó encima de la mesa, tambaleándose, a punto de caer. Lo cogí, con ganas de atravesar con él algo. Tenía la imperiosidad necesidad de hacer daño a alguien para dejar de sufrir yo. Pero sabía que no lo haría, que ese deseo se quedaría dentro de mí, como mis palabras. Pero necesitaba sacarlas. Y entonces, con el lápiz en la mano, se me ocurrió: Si no me veía capaz de decirlas en voz alta, ¿por qué no sacar el remolino de palabras que tenía atoradas en la garganta escribiéndolas? Y así fue como escribí mi primer relato, aquel que ganó mi primer premio y que me abrió un mundo nuevo.
Éste relato lo leíste en el taller, lo recuerdo... Cuánto de verdad encerrara...;)
ResponderEliminarSí, jeje. Estoy publicando relatos recientes con otros antiguos 😊
EliminarEl final me ha sacado una sonrisa... Sigue escribiendo, por favor!
ResponderEliminar¡Muchas gracias! 🤗
EliminarMira, este es de esos relatos que lees y te parece completo, no sé si me explico. Cuando leo relatos siempre parece que pudieran continuar, que son el comienzo de algo. Este al terminar lo único que he pensado es: que historia tan bonita. Historia, no relato, espero haberme explicado hija que me lío yo sola.
ResponderEliminarUn abrazo Teresa
Ay, Inés, muchas gracias. Me hace mucha ilusión ver que siempre estás ahí leyéndome y comentando.
Eliminar¡Un abrazo!
Qué bueno! Y siempre una lo lee y piensa en cuánto de verdad hay en el relato...
ResponderEliminarBesotes!!!
Muchas gracias, Margari.
Eliminar¡Besos! 😘
Muy bueno ese giro final
ResponderEliminar¡Gracias! Seguro que con tu memoria de pez no te acordabas de este relato 😉
EliminarEs que las musas son unas dictadoras...muy buen relato, en serio.
ResponderEliminarBesos 💋💋💋
O unas dictadores o se hacen de rogar, no hay término medio.
EliminarMuchas gracias 😘😘
Muy bonito. Enhorabuena!!
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