domingo, 29 de noviembre de 2020

Relato: El lápiz

¡Hola! Último domingo de noviembre, y os traigo un nuevo relato. Muchas gracias por leerme. ¡Que tengáis una buena semana!



EL LÁPIZ

Recuerdo la primera vez que cogí un lápiz y comencé a escribir, aunque no fuera esa la intención con que lo empuñé. Era un día caluroso, de los que invitaban a quedarte en casa frente al ventilador, porque salir a la calle implicaba derretirte y que el pegajoso calor se te adhiriese a la piel. Pero había quedado con mis amigas de aquel entonces. Así que hice un esfuerzo sobrehumano, me levanté del sofá y salí de casa. Cuando estaba llegando al parque, nuestro punto de encuentro, vi que María y Paula ya estaban allí. Alcancé a oír su conversación.
—A ver si llega ya Lucía, hemos quedado con los chicos en el cine y llegamos tarde. No sé para qué la hemos invitado.
—Ya, nos va a cortar el rollo. Es demasiado callada.
—Es que es una aburrida, no habla porque no tiene nada que decir. Más sosa y no nace —dijo María riéndose.
—¡Chist, calla! Que por ahí viene.
—¡Hola, Lucía! Vienes sofocada. Hace calor, eh.
—Sí, mucho —respondí. Sentía la cara arder, pero no por el calor. Era otro el bochorno que me inundaba y que mi cuerpo no sabía cómo expulsar.
—Vamos, que llegamos tarde.
 
No recuerdo ni qué película vimos. Sentada en mi butaca, rumiaba las palabras de mis supuestas amigas: callada, aburrida, sosa. Se me aparecían una y otra vez, como latigazos, doliéndome cada vez más.
—¿Te está gustando la película? —me susurró el chico que estaba sentado a mi lado.
—Sí, mucho.
—No sabía que te gustaba pasar miedo viendo una peli. No dejas de apretar los brazos de la butaca.
Bajé mi mirada y vi que, efectivamente, estaba apretando los reposabrazos con saña, como si conteniendo mi rabia contra algo físico fuera a dolerme menos. Una suerte que no fuera una película romántica la elegida.
—Sí. Bueno, no. En verdad no estoy haciendo mucho caso a la película —le confesé.
—Mejor, porque es muy mala —me sonrió—. Otro día te llevo a ver una que merezca la pena.
Y, por un momento, dejé de sentir pena por mí misma.

Llegué a casa con un amasijo de sentimientos en mi interior: rabia, tristeza, odio, dolor. Odiaba a mis amigas con todas mis fuerzas, pero me odiaba más aún a mí misma.
«Que no hablo porque no tengo nada que decir. Seréis imbéciles. Vosotras sí que no tenéis nada que decir, y no dejáis de cotorrear, hablando y hablando sin parar, sin decir nada realmente. Tengo un torrente de palabras en mi interior pugnando por salir, pero nunca encuentran el momento. Y cuando me atrevo, por fin, a decir algo, no me escucháis o me interrumpís. Así, ¿por qué se van a animar mis palabras a salir al exterior, si dentro están protegidas, a salvo?».
Llevaba toda la tarde conteniéndome, pero mi rabia quería, necesitaba salir de mi interior y manifestarse. Destrocé mi habitación, tirando todo al suelo, rasgando los pósteres de mi pared. Un solitario lápiz quedó encima de la mesa, tambaleándose, a punto de caer. Lo cogí, con ganas de atravesar con él algo. Tenía la imperiosidad necesidad de hacer daño a alguien para dejar de sufrir yo. Pero sabía que no lo haría, que ese deseo se quedaría dentro de mí, como mis palabras. Pero necesitaba sacarlas. Y entonces, con el lápiz en la mano, se me ocurrió: Si no me veía capaz de decirlas en voz alta, ¿por qué no sacar el remolino de palabras que tenía atoradas en la garganta escribiéndolas? Y así fue como escribí mi primer relato, aquel que ganó mi primer premio y que me abrió un mundo nuevo.


Muchas veces me han preguntado cómo me surgió la idea. Siempre contesto lo mismo: las musas son las culpables. Pero si estoy con mi marido, aquel chico del cine, nos miramos y sonreímos, pues es el único con el que he compartido la verdad: el relato tiene tanto de real como de imaginado, una mezcla distorsionada de la realidad y del deseo furibundo y violento que sentía en aquel momento. Por nuestro aniversario me regaló mi relato enmarcado en una moldura llena de lápices. Es como un recordatorio de quién fui, de en quién podría haberme convertido antes de mis dos amores: la escritura y él. Por mucho que escriba, “La chica que murió salvajemente apuñalada por un lápiz” seguirá siendo mi cuento preferido.

13 comentarios:

  1. Éste relato lo leíste en el taller, lo recuerdo... Cuánto de verdad encerrara...;)

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    1. Sí, jeje. Estoy publicando relatos recientes con otros antiguos 😊

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  2. El final me ha sacado una sonrisa... Sigue escribiendo, por favor!

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  3. Mira, este es de esos relatos que lees y te parece completo, no sé si me explico. Cuando leo relatos siempre parece que pudieran continuar, que son el comienzo de algo. Este al terminar lo único que he pensado es: que historia tan bonita. Historia, no relato, espero haberme explicado hija que me lío yo sola.
    Un abrazo Teresa

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    1. Ay, Inés, muchas gracias. Me hace mucha ilusión ver que siempre estás ahí leyéndome y comentando.
      ¡Un abrazo!

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  4. Qué bueno! Y siempre una lo lee y piensa en cuánto de verdad hay en el relato...
    Besotes!!!

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  5. Respuestas
    1. ¡Gracias! Seguro que con tu memoria de pez no te acordabas de este relato 😉

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  6. Es que las musas son unas dictadoras...muy buen relato, en serio.

    Besos 💋💋💋

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    1. O unas dictadores o se hacen de rogar, no hay término medio.
      Muchas gracias 😘😘

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Me encantaría que me comentaras, en especial si has leído el libro :)

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